martes, 11 de enero de 2011

Aprender de la experiencia ajena.

"Los vínculos de apego en niños institucionalizados "

      La primera infancia es una etapa caracterizada por la indefensión de los niños pequeños o bebés donde prima la necesidad. Los progenitores deben ser los encargados de satisfacer esas necesidades básicas del niño de manera satisfactoria e inmediata para establecer en él, sentimientos de seguridad, confianza en sí mismo y respecto al entorno. Teniendo en cuenta que la capacidad de formar y mantener relaciones que tienen los seres humanos es una de las herramientas más importantes para la vida, es que los padres deben acompañar al bebé en esta etapa vital para lograr un desarrollo psico-emocional sano en el niño. Durante el desarrollo infantil, se denomina apego al vínculo específico y especial que se forma entre los progenitores y el niño, y que le otorga a éste la seguridad emocional necesaria para sus futuras relaciones y su personalidad. Esta situación de vida natural no siempre es real, y es en esta realidad que nos planteamos: ¿Qué sucede en bebés o niños pequeños institucionalizados? Para introducirnos en el tema, consideramos importante mencionar una breve pero significativa perspectiva histórica al respecto.
    La relación afectiva madre-hijo ha llamado desde siempre la atención de los investigadores. Fue Bowlby, médico y psicoanalista inglés, quien tras la II Guerra Mundial, tuvo la ocasión de trabajar con niños con problemas emocionales, o con vínculos familiares deteriorados o nulos, niños institucionalizados o que tuvieron que padecer largos períodos de hospitalización. Una de las conclusiones de su intensa y dilatada investigación puso en evidencia la dificultad para formar y mantener relaciones cercanas cuando el vínculo de apego entre el bebé y la persona encargada de sus primeros cuidados, era inexistente. Por su parte, Anna Freud planteó, en relación al potencial de apego, que, siempre se hallaba presente en el niño, de manera que cuando sentía la carencia de un objeto o una figura a la que apegarse, rápidamente se fijaba a otra figura.
    Ante estas posiciones relevantes, significativas y a la vez disyuntivas, consideramos apropiado para la realización del presente informe, las aportaciones ofrecidas por dos profesionales; Concepción Moraleda y Oscar Olmedo, psicólogos que, actualmente trabajan como educadores en Centros de Protección de Menores de Primera Infancia de la Comunidad de Madrid.
    Estos centros son recursos transitorios de acogida para niños de edades comprendidas entre el nacimiento y los 3 años, que se encuentran en situación de desamparo: los padres no pueden o no son capaces de cubrir las necesidades básicas y cuidan de manera deficiente a sus hijos; o riesgo social: los padres justifican no poder atenderlo. Estas instituciones asumen, la tutela de los menores como medida temporal y provisional (no más de 18 meses), hasta que se resuelve el motivo que originó la acogida del niño y que esa solución no sea la institución, sino, volver con su familia, una familia sustituta, o una familia adoptiva.
     El trabajo dentro de los centros se organiza en grupos de cinco niños por educador; y por secciones, a las cuales se les denomina nidos si los niños son menores de 18 meses, que a su vez se dividen en dos grupos, cada uno con un educador. La mayor parte del tiempo la vida del niño se desarrolla dentro del centro. Aunque se desarrollen regímenes de visitas o salidas de fin de semana de los niños, es con el educador con quien se relaciona diariamente desde que es acogido, y son los educadores quienes se encargan del trabajo de la vida cotidiana de los menores, en el aprendizaje de hábitos básicos; alimentación, higiene, las pautas de sueño, el juego, etc., en consecuencia, quienes cumplen las funciones de cercanía, disponibilidad y durabilidad de la relación y aportan la seguridad al niño.
     Se considera fundamental, procurar la estabilidad en la relación que tiene el niño con su educador, así como cuidar los espacios y personalizar los objetos: que cada niño tenga uno o varios objetos personales en su cuna. También es importante, conceder el tiempo necesario al menor en la realización de estas actividades. De este contacto y atenciones continuadas surge una de las dificultades del educador y es que dicha atención sea recibida de forma equitativa por todos los niños. De esta situación se deduce la inevitabilidad de que los niños acaben mostrando preferencia por los educadores frente a los que no lo son, y por un educador en concreto frente al resto. Esta diferenciación se produce de forma progresiva aunque, Concepción Moraleda aclara que esto no es contraproducente, incluso es deseable, ya que corresponde a un proceso normal, aunque es primordial que esta preferencia no se convierta en dependencia. Hay que tener en cuenta que el vínculo de apego que se produce dentro de estas instituciones es un apego transitorio, debido a la no durabilidad de la relación educador-niño. Esta evolución se produce desde el apego al educador hacia los padres, en caso de que el niño regrese a su hogar; o bien, hacia la familia que acogerá al menor, en caso de que la solución sea la adopción. En este último caso, de adopción, se incentivarán los vínculos con la nueva familia permitiendo a esta, su progresiva presencia en las actividades cotidianas del menor, como son: la merienda, salir a pasear, etc., así como aumentando paulatinamente la duración de dichas visitas.
    En el caso de niños con necesidades educativas especiales, es decir, niños prematuros, los que han sufrido problemas al nacer, discapacidad, o los que han tenido una larga estancia en el centro, se duplicaría el número de visitas. En estos niños, se hace más difícil el establecimiento de los vínculos de apego, ya que al requerir más atenciones por parte de los educadores también aumentan las probabilidades de que se establezca un vínculo de apego inseguro o dependencia. En este sentido, Oscar Olmedo aporta información acerca de otras posibles consecuencias, y explica: "Esto se entiende como una búsqueda de mayor atención al mostrar conductas de dependencia exagerada hacia la figura de sus cuidadores. Comenzaría a notarse en el niño la necesidad de una familia y de estabilidad. Estas conductas se traducirían en: tensión muscular, evitación del contacto visual con el educador o movimientos repetitivos de cabeza, manos, pies", y añade: "esto obliga a poner en marcha una metodología específica.     
     Es evidente que si no se ha encontrado una solución apropiada tras ese tiempo adecuado de acogida de 18 meses, los educadores deberán mostrarse más sensibles y receptivos hacia las demandas del niño, así como someter la tarea educativa a una revisión y unificación, insistiendo en el objetivo de aumentar la calidad de una asistencia individualizada. Además, se intentará ajustar las características del educador con las características de las demandas de estos niños con necesidades educativas especiales. En este sentido, y como ayuda al educador se podría reducir el número de niños de su grupo o poner a su disposición una persona de apoyo o refuerzo." Concluye diciendo que: "Todas estas acciones están dirigidas a fortalecer e incentivar el establecimiento de un apego seguro que repercutirá en gran medida en las futuras formas de relacionarse de los niños así como en la posibilidad de establecer nuevos vínculos; si no se ha dado un apego seguro desde la niñez, o en consolidar los vínculos establecidos desde la infancia dentro del centro."
     Y a modo de conclusión, una reflexión que nos parece de suma importancia. En torno a la importancia de los primeros vínculos de apego para el desarrollo emocional del niño y a si estas primeras experiencias son determinantes de cara al establecimiento y calidad de las futuras relaciones y vínculos afectivos. Si se puede afirmar que estos primeros modelos pueden ser la base para la interpretación de futuras relaciones, se debe afirmar también que debido al dinamismo de estos modelos y su continuo desarrollo permite cierta flexibilidad. Lo que nos llevaría a rechazar un determinismo rotundo pero teniendo siempre en cuenta que estos primeros modelos dejarán su impronta en las futuras relaciones. Lo que nos llevaría a la conclusión de que, para evitar posturas rígidas sobre esta cuestión, deberíamos acercarnos a la perspectiva de esa virtud renacentista del término medio y así afirmar que el apego tiende a la estabilidad pero siempre con la opción de modificarse si así lo reclaman las futuras situaciones.

Mara.

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